Los sonidos de la brisa,
de la brisa violentando las palmas,
y los pájaros anunciando la noche
le hacen olvidar el resto.
Cierra los ojos y sueña con agua,
desde su brazo izquierdo torrencia una tempestad nublada
chocan olas contra las piedras
y el pecho se le ilumina con un rayo que le rompe a la mitad el esternón.
Soslaya.
Porque de su brazo derecho
corre un río que sus piedras trae,
que viene de su mirada de cascada
arrastrando aquellas hojas que van cayendo de su pelo.
Pero esto ocurre solo en su ojo diestro,
en aquel otro descansa la orilla del mar.
Ha mirado la noche llena de estrellas
mojándose los pies con el marullo de océano que muere en la arena,
se le ha antojado desde entonces
que el cielo es hermoso en todo sitio
y se rescata cada tanto cada anochecer
y cada sonido
se convierte en una grisapa de playa,
se silencia todo lo demás
y la brisa conjura un vuelo de gaviotas
en el que pasa volando tu voz.
Y se llena la noche de una estela luminosa
que la mancha con más estrellas
las nubes se apartan
y se llena de más aves
que en pleno trayecto se deshacen en su brillo
todo se llena de luz.
Entonces abre los ojos,
vuelve al sonido de las palmas,
coreando al coño de la esquina que no para de gritar,
y sacudiéndose los pies llenos de arena
se pregunta, escupiendo una hoja:
¿por qué carajos huelo a mar?
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