le habitan dos patrias heridas que se niegan a partir,
pero que sangran.
Hay una sombra bajo ese guayabo, Negro.
Descansá.
Aquieta tu sed.
Sentí el arrullo de las hojas bailándole al viento,
sonríe porque es tarde y ya no hay nada que hacer,
hoy lo sabes.
Cierra los ojos y vuelve.
Vuelve a encaramarte en la Pumarrosa,
corre por aquel camino de apamates y su alfombra enflorecida,
nada en el mar.
Abraza a tus niños y a tus sueños,
duerme en sus brazos,
rezale una vez mas.
Apaga la luz,
ya no debes temer al acostarte
los monstruos ya se han ido.
Canta otra vez esa canción,
dile que la quieres
que sin ella el salón no es más bonito,
bésala por primera vez otra vez,
siéntate a su lado aunque no te lo haya pedido.
Aprieta bien esos ojos,
bien cerrados como pidiendo un deseo
y recuerda los sonidos de la lluvia a la medianoche
y los ruidos y las sombras bajo el merey,
corre por esa orilla,
grita de emoción nuevamente.
Mira tu barca alejarse.
Y regresa.
Abre los ojos y regresa
por si aún te quieras marchar.
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