que vivo pateando,
decidí violentar las paredes con mi nombre...
Que está tan ardido, tan maldito.
Rayé con fuerza cada letra
y a tu voz le amarré un conjuro
para que jamás dejés de pronunciarme,
como hoy,
como si quisieras nombrar todo aquello que te duele,
todo lo que te rasga la piel.
Que invocarme sea tu primer deseo al despertar
y tu último suspiro al llegar la noche.
Que las paredes manchadas de mi presencia
no te encierren sin antes permitirte escapar.
Que no te halle ni la luna ni el sol sin haber dibujado con tus dedos cada letra que me llama y que me arrastra.
Que al besar tu herida pueda habitarte como lo que soy: una maldición.
En mi.
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