"Ponte una cadena tu, no joda..."
Mientras me susurra con la mirada"para el carro, coño... La brisa no me deja ver!"
Safina estornuda, se sacude desde dentro
todas las partículas que han entrado en su sistema.
Vuelve.
Asoma con miedo el hocico a la ventana,
tantea con la nariz primero
y en seguida, con las patas sobre el marco, sostiene su alegría, que es sonrisa, y su lengua bailando con el viento.
Reconoce algunos colores y ladra una que otra vez,
se pierde mirando el cielo,
sigue a los carros hasta donde le da oportunidad el encierro de mi nave.
Me mira,
siento que se quiere lanzar,
romperse esas ganas de correr contra el asfalto,
pero primero me mira y con mis ojos le ladro que no.
Nuestro viaje es corto,
tenemos cerca el mar...
Siempre estamos a un suspiro de llegar.
Corre por la arena,
da saltos,
brinca de aquí para allá
sorteando los restos de coral que lastiman sus patas,
los ratos de humanidad se le incrustan,
le socorro.
Detecta sonidos nuevos,
con sus orejas me avisa que algo sucede,
tiempla la cola,
corre a la orilla y se queda inmóvil.
Un cardumen de gaviotas se espanta de nosotros y se va,
emprenden un vuelo lleno de reflejos y sonidos
que le hacen retroceder,
convierten a la luz del Sol en un brillo intermitente sobre la arena...
No pestañea,
me doy cuenta de que no sé si los perros lo hacen,
Safina se sienta con las orejas alertas
como tratando de oír hasta el ultimo segundo ese trazo de libertad que acaba de presenciar.
La imagino volando con las gaviotas
creo que se fue con ellas un rato
porque se queda sentada mirando el mar.
Safina
conoce los pájaros,
los ha visto a través de la ventana,
por el balcón,
a través de la puerta de la sala y a veces en el pasillo,
los ha visto y les ladra de forma natural y espontanea,
pero no los sigue.
Jamás han sido su centro de atención.
Pero hoy olió, en su vuelo, la libertad de volar sobre el mar.
Creo que se enamoró y aun no prueba el pescado frito,
tan solo se ha embelesado de un amanecer distinto en la mar,
la naturaleza le llama,
no es una perra de esas de collar ni de pelo planchado,
no sabe qué es una vacuna ni conoce a ningún veterinario,
se mea la sala 1, 2, 4, 56 y mil veces, no importa lo que le diga.
No se sienta cuando se lo pido y jamás regresa a mi llamado a menos que a mis manos las adorne la comida.
Pero corre por la orilla como si hubiese nacido en la playa,
mira a los pájaros del mar como si en ellos estuviese la clave para ser libres...
Peor aún, como si ella lo supiese y leyera en sus vuelos tantas de aquellas veces que ha querido escapar.
Se sabe pájara,
le habita el deseo de no quedarse del lado de adentro,
quiere cultivar afuera.
Mearse el mundo,
se me antoja que lo ve como un baño inmenso,
cagarse en las correas y las cadenas que no tiene.
Y allá se va,
mordisqueando el agua
y amagando la dirección con sus patas.
Pero no le sigo,
me quedo sentado en el sitio de ella tratando de leer aquello que leyó.
Pero no puedo, levanto las orejas y ladro,
busco con la naríz,
levanto una pata y levanto una ceja,
pero no entiendo.
Safina es mágica, pienso.
Vuelve y me llena de arena un brazo,
me mira y me ladra que tiene hambre.
Yo también.
Así que nos vamos,
ella durmiendo
y yo soñando que ladro mientras vuelo sobre el mar.
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