sábado, 3 de agosto de 2019

Chimboracito

Porque aquí donde descanso,
bajo estos árboles con sus hojas volando al viento,
sobre esta montaña de papeles con canciones y poemas,
escribo para leerte y cantarte, 
pero no se cantar.

Levanto la voz en el medio de este caos con aroma a grafito 
para llamar tu atención. 
Busco las palabras correctas para que me encuentres,
para que un día que leas
entiendas que las tardes más coloridas
no son nada si las comparamos con tus ojos,
sé que el marrón claro de tu mirada es el mas hermoso del mundo,
pero no distingo los colores.

Estoy de pie.
Tengo los puños apretados
y grito tan fuerte que todos voltean...
"Qué le pasa a ese señor?"
Es que quiero que despiertes
estos papeles no se leerán solos.
Mi alaraca de mono con organillero,
mi sonrisa,
mi mueca torcida que refuta,
mi reclamo enceguecido pide por Dios que leas.
Tengo tantas cuartillas con tantos engaños y marramucias que son para vos, pero no sé mentir.

Subo hasta arriba,
en esta cumbre manuscrita e indignada
pretendo soslayar mi angustia. 
Subrayo palabras,
remarco las cosas que más me gustan de vos, como un dibujo.
Uso vectores,
con nodos intento descifrar cada detalle de tu belleza.
Capa tras capa, 
forma tas forma.
Convierto en arte los trucos que me quedan
y renderizo el equilibrio de tus cejas,
intento llegar al tono atardecido de tus mejillas,
trazo lineas encantadas con estrellas para tu cabello,
pero no sé ilustrar.

Rezo mirando al cielo, 
impregno las esquinas de mis reclamos 
con agua bendita que robé, 
convierto en letanía cada una de mis pretensiones,
las repito una y otra vez,
aprieto fuerte contra mi pecho un Rosario que me hice con cemerucos...
Pero no creo en Dios. 

"Bueno, que coño sabés hacer vos pues?!"
(Imbécil...)

Miro por última vez 
esa foto que me tomé con vos.
Recito en voz alta,
muy alta,
estas cosas que no vas a leer...
Y el bullicio se convierte en burla.
Me miran rompiéndome las costillas con sus carcajadas,
caen al suelo mis flores marchitas,
estoy desnudo en el medio del Boulevard, 
descalzo,
con un conato de barba que inmacula.
Suspiro cabizbajo,  
espeto una ultima prosa que me redime y me describe 
y que les roba la gracia por un instante,
y que se convierte en confesión,
me hace hereje:

Es que no sé amar.

Y el policía me insiste que le acompañe, por favor.



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