lunes, 28 de diciembre de 2015

Domingo, tus muertos.

Recuerdo que fue un domingo
en la tarde,
eran casi las 5.

Mi bigote en pleno invierno,
la boca hedionda a cocuy,
en mi pecho aun caían estrellas, aun en silencio,
mis brazos cansados tan lamentarios como flácidos en el espacio que me rodeaba,
de mi cuerpo brotaban dolores y olores, colores,
las axilas eran una mezcla de cebolla y desesperanza,
de amarillo con azul,
de ay! con nojoda!
en las bolas tenia un ruido
como ese ruido que hacen los pájaros cuando comienzan un vuelo,
vuelo truncado por el crujir de los calcaneos,
truncado por las sabanas
y las ganas que habían saltado la noche anterior por la ventana y hacia la calle, a perderse, o a encontrarse, cómo saberlo?
(Habían saltado suicidas al abuso nocturno de los pasos perdidos,
de las esquinas donde nada debes buscar)
truncado a causa de sus fisuras,
sus batallas perdidas,
en los ojos sentía el revuelo de los recuerdos,
de las noches que en ellos habitaban,
de la humedad que socorre a la derrota.

La cama era un espacio
distendido entre el corazón y las costillas,
que te dibujaba en cada arruga de la sabana.

Era domingo y se desparramaba en mi piel como una melasa hedionda a vejestorio.
Era domingo, aun oía los ruidos de la gente y sus cosas...
Sus alegrías y sus sonidos perentorios.
Era una voz a coro
que no rescataba,
que aturdía,
que me alejaba...

Era un domingo,
con sus cansancios tempranos y sus encargos, aun, por hacer...
Su turbas y sus calmas en la plaza,
sus amores espinos,
sus sonidos de matiné...

Jamas había visto cama tan enorme,
jamas había sentido ser tan pequeño y confundido, siempre, en domingo.

Pero era y se escapaba,
amenazaba con dejar de ser,
con resultar de una vez en ayer...
Era domingo,
o tan solo fue,
cómo saber?



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