Aprendimos la alegría
en nuestras botellas chocando
y nuestras sonrisas floreciendo.
Aprendimos bien,
tanto que aprendimos el dolor.
Nuestra barra era un hogar,
donde cada uno fue familia...
Y nos extrañabamos como se extrañan esas cuestiones fundamentales que nos da el amor.
Un hogar,
donde abrazabamos nuestras necesidades olvidadas
como se abraza a un hermano que ya no está.
"A qué hora abres?"
Preguntan desesperados,
"Pasé y no estabas"
Se les oye decir.
Soldados sedientos, de mochilas rancias,
que a veces necesitan una cerveza,
a veces un trago o simplemente una canción.
Una canción para cantar a coro,
con nuestros gañotes desgastados de cigarro y desilusión.
Con nuestras miradas de vitral desteñido,
con nuestras ínfulas de poesía y trasnocho.
"Por qué no la llamas?"
"Dónde estabas metido?"
"Lo siento mucho, hermano"
"Prende esa verga que estamos solos"
Nuestro bar.
No uno ni otro,
más bien el nuestro,
por convicción,
por amor...
Por amor y deseos,
de miradas,
de todas y una sola,
la tuya,
la mía.
La de los dos.
Aquí estamos y aquí seguimos,
nos sumergimos en la noche y su oscuridad,
aguardamos el día con anhelo de chiquillo con los bolsillos llenos de metras...
"Mira, ya salió el Sol!"
Violentamos los cristales de los vasos y sus historias,
de sus labios momentáneos y carmesí.
Nacemos a media noche,
esta noche,
una y otra vez.
"Hoy no me esperes, Negra, hoy voy a encontrarte en el Otro Bar".
No hay comentarios:
Publicar un comentario