Cuando hablo de un jardín hermoso, hablo de vos.
Cuando me refiero a las flores y a las hojas verdes como hermosas te nombro, invoco lo que sos.
Cuando meto las manos en la tierra es como si pudiese tocarte dentro, ahí, donde está tu corazón lleno de pájaros y montañas, lleno de sueños.
Si te pienso en mi pecho nace una sabana con sus arboles y sus garzas blancas, se alebrestan los moriches con el vuelo de miles de azulejos y los caimanes salen apresurados de sus charcos, los cabestreros no sienten miedo.
Respiro cuando pienso en vos.
En el baile del gamelote acariciado por la brisa está tu pelo, ondula como saludando, podría gritarle que lo sé.
Vives en el atardecer.
En el perro que ladra, en el maullar de los gatos, en las siluetas de los arboles que descansan bajo las lunas llenas y en la lluvia que a veces me pone triste, estás.
Cuando hablo de un jardín hermoso hablo de vos.
Sobretodo porque amo los colores que socorren la mañana cuando hacés café, amo el olor de la tierra mojada, cada rincón adornado, cada pétalo de cada flor que es tuya y que es un beso.
Amo que respiras, porque en ese intercambio de energía de alguna manera haces al mundo un poco mejor sin que nadie se dé cuenta.
Cierro los ojos y me adornan flores de araguaney cuando beso tu espalda, el olor de una laguna nace si juntas tus manos, nacen cerros y llanos a tu antojo.
Y respiro.
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