Tengo que nombrarte
y tengo que disentirte,
y tengo que disentirte,
mi Luz.
Disentir de que a tu nombre
no se le dé importancia.
Ni vos te acordas cómo te llamás.
Es ordinario.
Disentir acerca de tu forma de besar
porque vos lo hacés como si mañana
ya no cantasen los gallos,
como si ya no se fuese jamás nunca a colar un café.
Inaudito.
Tengo que permitirme disentir
porque vos nunca te quejás
vos arañás.
porque vos nunca te quejás
vos arañás.
Vos no reclamas, vos besas.
Las heridas.
La piel.
Es elegante.
Las heridas.
La piel.
Es elegante.
Tengo que reclamar mi disentimiento
por que vos no estás
con el equilibrio métrico de
las dos tazas de agua por una de arroz del mundo.
Vos no pierdes el tiempo en cantidades, en tiempos, en vásculas.
Vos amás y ya.
Vos arañás, besás y amás.
Tengo que disentir
no haberte pedido perdón,
porque he pecado,
por mi pensamiento por mi obra y por mi omisión,
te he negado mil veces y ha sido mi culpa, mi culpa, mi culpa.
Mi maldita Culpa.
Y me golpeo el pecho mientras lo pienso,
mi Puta. Mi luz.
Es una falta de respeto.
Disiento porque no te conocí antes
yo también tengo derecho al amor.
Lo sufro.
Corre por mis venas
con una ausencia
que me está arrugando la cara.
Es injusto.
También disiento haberte conocido ahora.
Porque me llevaste
a esos episodios de besos y pleitos
que armás sobre la cama,
a esos mares levantados en tempestad y ansiosos de sosiego.
Me llevaste a tu altar. Me hiciste mío.
Tengo que disentir
porque que me llevaste a tu lugar preferido,
donde sonreís. Y si sonreís brillás.
Tu rostro se ilumina
con el brillo de quien sabe suyo el mundo.
Y sí,
te cogí por papo flojo.
Por Puta.
Por Puta.
Y desde entonces
Puta
es la palabra más hermosa que existe para mi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario