A veces siento,
por un momento,
que esta vez
te vas a quedar.
Y en el pecho,
de repente y queriéndolo,
se enciende un candelero
y se apaga.
Se extingue en el contorno
de tus labios despidiéndose,
en el gesto de tus manos entrejuntadas
como rescatando el agua de algún riachuelo,
agua que se va, imposible.
Te despides.
Dices que no regresarás más,
pero la unica forma
de que ya no vuelvas
es que no te vayas.
No hay puerta
que no haya tocado para llegar a vos,
ya desde vos no hay forma
en la que no te hayas ido,
encandilándome,
reflejando la luz en tus alas de mariposa herida.
Dejando atrás nuestras voces,
tu canción, mis manos.
Es una constante.
He necesitado abrazarte
y me he sentado bajo los árboles,
paciente, atrapado en el susurro de sus hojas,
porque tu abrazo esta en sus ramas,
en el hilo de nubes que une a lo lejos las montañas,
en la silueta al Sur del horizonte.
Te he querido besar,
rosar tu boca con algunas verdades,
y te he buscado en alguna copa de más
y no en otros labios
sería un sinsentido.
Te he buscado
en la madrugada que amenaza,
tajante,
con teñir el tono de mi piel
con el rocio primero del día,
para ajusticiarme.
En los aullidos,
en las canciones,
canciones que habitas como habita el silencio
en la bruma que baja del cerro,
en las alas de los pájaros
en los colores de sus plumas que vierten la estela de sus constelaciones en las que habito.
No estás.
Porque te rescatas, te salvas,
quién iba a decirlo,
mientras a lo lejos
ladra un perro
y veo pasar los segundos
con sus muecas burlonas de ya no más,
y ojalás sonrientes que se sientan otra vez a mi lado.
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